El zapatito de cristal by Jane Feather

El zapatito de cristal by Jane Feather

autor:Jane Feather
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2007-08-09T22:00:00+00:00


El vizconde Kierston era uno de los pocos asistentes así honrados. Iba vestido con un traje de color verde esmeralda profusamente bordado con hilo de plata. Un color que aportaba profundidad a sus ojos y acentuaba sus reflejos castaños. Estaba junto a madame du Barry, justo enfrente de Cordelia y su marido, al otro lado del salón. Alzó la vista y se inclinó. Su mirada era inquieta e interrogante a la vez. La amante del rey sonrió y esbozó una ligera reverencia. Cordelia respondió a la par.

Había visto a Leo dos veces desde la boda. En la segunda ocasión, le había traído una carta de Christian y con obvia reticencia, había recogido su respuesta para entregársela a Christian. Esta segunda vez, ella se había mantenido alejada de la luz de la ventana, ajustándose nerviosamente el chal con el que se tapaba el cuello. Bajo la muselina, los moretones eran grandes y oscuros, a pesar de los remedios de Matilde y una generosa capa de polvos. No había hecho nada para prolongar la visita, aunque se había dado cuenta de cómo este comportamiento había intrigado e inquietado al vizconde.

Ahora, Cordelia cerró con fuerza los puños enguantados, las uñas se le clavaban en las palmas, y se obligó a sonreír despreocupada ante su interrogante mirada. Leo no debía enterarse. Pero su inquietud era obvia. Demasiada tensión en la mandíbula, en la boca apretada, en el porte de sus hombros. Miró a su marido de reojo. La boca fina, la cara ligeramente carnosa, los ojos fríos. Podía sentir sus manos pegajosas sobre su cuerpo, el peso del hombre cuando le caía encima, saciado, antes de rodar de lado y ponerse a roncar hasta recuperar las fuerzas. Cordelia cerró los ojos con un estremecimiento fúnebre.

Sonó la trompeta de un heraldo. A su alrededor se formó un revuelo. La gente se inclinó ligeramente hacia delante, para ver la sucesión de salas. La familia real se acercaba.

Toinette era diminuta. Una figura delgada, casi infantil, cubierta de diamantes. Pero miraba a su alrededor, recibiendo el homenaje de la corte con una gracia y una dignidad que desmentían su infantil aspecto. A su lado avanzaba el delfín, que parecía mucho más incómodo que su esposa. Por un breve momento, Toinette cruzó su mirada con la de Cordelia, luego ya había pasado, y Cordelia no estaba segura de si el brillo de sus redondos ojos azules era de risas o de lágrimas.

Durante la jornada nupcial, se habían dispuesto mesas de juego con naipes y dados a lo largo de las salas de gala para que el rey y sus cortesanos pudieran pasar el resto del día agradablemente hasta la hora del banquete. Barreras acordonadas evitaban que el gentío, embobado ante el espectáculo de la corte jugando, se acercara demasiado a las mesas. Había empezado a llover intensamente, por lo que la muchedumbre había abandonado los jardines y el olor de la ropa mojada se mezclaba en el aire ya cargado con el perfume de las velas aromáticas.

Cordelia vio a su marido y a Leo en la mesa del rey, jugando al sacanete.



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